miércoles, 10 de diciembre de 2014

[Novela] Glimpses - The Bond (Parte 3)

Siento haber tardado un poco más en traer la tercera y última parte de The Bond.
Espero que os gustara la segunda parte, y que os guste también esta.
¡Que la disfrutéis!








Seregil nunca había visto a nadie que pudiera parecer tan inocente y tan lascivo al mismo tiempo, pero Alec lo conseguía. Eso y la sorprendente firmeza de sus caricias casi le hicieron perder el control. Tirando de Alec para que se tumbara con él, Seregil susurró:
–Tócame como yo te toqué a ti.
Alec siempre había sido un discípulo muy hábil, y esta no fue una excepción. Seregil se tragó algo peligrosamente parecido a una risotada cuando pensó: “¡Si tan solo fuera así de rápido aprendiendo a usar la espada!”.
Arrodillado a su lado sobre la cama, Alec deslizó sus manos por el torso y el abdomen de Seregil. Las yemas de los dedos de su mano derecha estaban algo ásperos por tensar el arco. Seregil temblaba y se derretía cuando esas manos empezaron a vagar más lejos: por sus hombros, entre sus muslos... Susurró una placentera maldición cuando Alec siguió la silueta de su empeine con su propia lengua. Luego, lo besó desde la garganta hasta el ombligo, mientras su suave pelo rubio rozaba la piel de Seregil provocando escalofríos, hasta que se detuvo antes de llegar a su miembro.
¿Tiene dudas o quiere vengarse?, se preguntó Seregil, disfrutando del espectáculo. Pronto descubrió que no era ninguna de las dos opciones, pues Alec tomó su miembro con la mano y lamió la punta, masturbándolo con un ritmo perfecto.
El éxtasis sacudió a Seregil demasiado rápido; el placer llegó en oleadas y arrancó un gruñido estrangulado de lo más profundo de su pecho, mientras se corría larga y abundantemente sobre la mano de Alec. Se quedó tumbado al lado de Alec, , totalmente destrozado y sin poder moverse.
Encontró la mano de Alec y la tomó entre las suyas.
–Gracias.
Alec sonrió, bastante orgulloso de sí mismo.
Feliz. Seregil se sentía tan jodidamente feliz... La desesperación y la autocompasión que había sentido la noche anterior no parecían sino un mal sueño. Los dos permanecieron tumbados durante un tiempo, escuchando la brisa nocturna y el latido del corazón del otro. Cuando la cabeza dejó de darle vueltas, Seregil rodó hasta quedar encima de Alec y lo llenó de besos por todo el cuello.
–Tu turno.



La vela se consumió por completo dejando un charco de cera antes de que se sintieran saciados, y reposaran contra el cabecero cubiertos por una capa sudor que ya empezaba a enfriarse. Alec bostezó y notaba los párpados cada vez más pesados.
–Lo siento.
Seregil le dedicó una sonrisa llena de cariño.
–No tienes por qué disculparte, talí –poniéndose de lado, tiró de Alec para que volviera a estar contra su pecho y le dio un beso en la cabeza –. Todo ha sido perfecto. Duérmete.
Alec se quedó dormido inmediatamente después de que Seregil terminara de hablar. Pero Seregil se quedó despierto un rato más, pensando en todas las veces en que casi se habían perdido el uno al otro. Sin embargo, el olor y el calor de Alec hicieron que todos esos oscuros pensamientos desaparecieran.
–Para siempre, talí –juró en voz baja–. Nadie, excepto tú.



Algo despertó a Seregil justo antes del amanecer. Mientras permanecía tumbado con Alec dormido a su lado, la sensación de felicidad era incluso más fuerte, como si la luz del sol lo llenara por dentro. Nunca antes se había sentido así. Le llevó un momento darse cuenta de que no estaba solo sintiendo sus propias emociones. Era casi como sentir un segundo latido bajo sus costillas.
Alec empezó a moverse y de pronto sus ojos se abrieron de par en par, claramente sorprendido.
–¿Seregil?
–¿Tú también lo sientes?
Alec se sentó, con una mano sobre su pecho, justo debajo de su garganta.
–¿Qué es esto? Siento... ¡Te siento a ti!
Riéndose, Seregil tiró de Alec para que cayera entre sus brazos, mientras su corazón desbordaba con la alegría que compartían.
–El vínculo. El vínculo de los talímenios. Nuestros espíritus se han unido. ¡Chypta Aura! Nunca pensé que pudiera experimentarlo algún día.
–¿En serio?
Seregil sintió una punzada de decepción que no era la suya propia. La verdad es que resultaba un poco perturbador. Tardaría un tiempo en acostumbrarse a esto.
–No, no lo decía por eso, talí. Tan solo es que nunca me habría atrevido a pensar que tú y yo acabaríamos así algún día.
–¿Puedes leer mi mente?
–No, no es eso, pero puedo sentir lo que tú sientes.
–Yo también.
Seregil acarició la mejilla de Alec.
–Es hermoso.
Alec cerró los ojos y asintió.
–Según tengo entendido, las sensaciones no serán tan fuertes todo el tiempo, pero el vínculo seguirá ahí mientras nos amemos el uno al otro.
Alec se acurrucó más cerca.
–No preveo que eso vaya a cambiar, así que supongo que tendrás que aguantarme.
–Bueno, solo puedo pensar en una respuesta apropiada.
–¿Oh? ¡Oh!



Cuando se despertaron por segunda vez, Alec podía oír el ruido de los platos y las planchas de hierro por la casa.
–Nos hemos perdido el desayuno –dijo Seregil bostezando–.
Alec apestaba a sexo y tenía la vejiga llena, pero de pronto se sintió intimidado ante la idea de enfrentarse a sus amigos en ese estado.
Seregil lo entendió sin que él dijera nada, quizá gracias al vínculo.
–Vístete –susurró–.
Juntos salieron por la ventana de la habitación y se colaron en el establo para llevarse sus caballos, aprovechando que no había nadie. No se molestaron en poner las sillas de montar, así que subieron montando a pelo para darse un baño en el estanque de las nutrias.
Todavía hacía fresco, pero Seregil se quitó la ropa y se zambulló en el agua, aunque tan solo fuera para luego sacar la cabeza y espetar:
–¡Por los cojones de Bilairy, qué frío!
Una madre nutria y sus dos cachorros los observaban desde la orilla y no parecían estar muy contentos con que hubieran interrumpido su pesca mañanera. Alec se hundió en el agua, pensando que no era para tanto, y nadó hacia Seregil. De pie y con el agua al pecho, Alec rodeó a Seregil con sus brazos.
–Siempre tienes frío.
Seregil tiritaba entre sus brazos, pero estaba sonriendo.
–Tú siempre estás caliente. Y aunque me encantaría hacerte el amor otra vez, aquí y ahora, me temo que tu calor poco puede hacer contra las frígidas aguas.
Se contentaron con ayudarse el uno al otro, y una vez vestidos y revitalizados, volvieron a la casa y pasaron por la cocina en busca de comida, como si hubieran estado montando a caballo desde por la mañana temprano. Sin embargo, Arna estaba en la cocina. En cuanto les echó el ojo encima, se echó a reír.
–Así que por fin habéis entrado en razón, ¿eh?
La cara de Alec se puso al rojo vivo y estuvo tremendamente tentado de dar media vuelta y poner pies en polvorosa. Pero Seregil simplemente se rió mientras se servía una copa de té de la tetera que se calentaba sobre el hogar.
–Sí, eso hicimos. ¿Queda algo para desayunar?




Todo parecía ser igual que antes, pero las miradas que Micum, Kari y los sirvientes le echaban cuando creían que Alec no estaba mirando, decían algo muy distinto. Le daba mucha vergüenza, pero no se arrepentía de nada.
Entrenó con Micum por la mañana, más agradecido de lo que podía expresarse con palabras porque su amigo no sacó el tema de las actividades nocturnas. Luego, él y Seregil lo ayudaron a construir un almiar en uno de los campos que había tras la casa.
Empezó a hacer calor a lo largo del día. Cuando Micum fue a la casa a por agua, Seregil llevó a Alec dentrás del montón de paja y le dio un empujón, tirándolo boca arriba sobre la fragante paja fresca. Sonriendo, Seregil se sentó a horcajadas sobre él y puso sus manos a ambos lados de la cabeza de Alec.
 –Dormí muy bien anoche, gracias a ti.
–Y yo también, una vez me dejaste dormir.
Incluso después de todo lo que habían compartido la noche anterior, Alec seguía sonrojándose. Aunque esta vez, no era solo por vergüenza.
La sonrisa de Seregil se ensanchó cuando se percató del bulto que había aparecido en los pantalones de Alec, y se acercó lentamente a él para que Alec pudiera notar su propia erección.
–¿Aquí? ¡No! –Alec gritó, intentando quitárselo de encima.
–Solo un poquito –murmuró Seregil, acallando las protestas de su amante con un beso–.
Alec se retorció bajo Seregil con demasiado poco entusiasmo... lo cual solo hizo que la cosa fuera a peor, claro está. Al final, se dio por vencido y le devolvió el beso, lengua contra lengua. Todavía le parecía algo raro, pero también extrañamente íntimo y excitante.
Perdidos en este indulgente toma y daca, ninguno de ellos se dio cuenta de que Micum había vuelto hasta que les echó un cubo de agua fría por encima.
–¡Por los cojones de Bilairy! –escupió Seregil, quitándose de encima de Alec–.
–Los de otra persona, diría yo –observó Micum con una maliciosa sonrisa–. Menos mal que no me traje a Illia conmigo.
Alec se levantó de un salto y se bajó la parte de delante de su camisa empapada de sudor, aunque el problema ya se estaba solucionando gracias a la innegable distracción que Micum había proporcionado.
–Id a lavaros –se rió Micum–. Tenéis tiempo para un baño antes de la cena, y algo más de agua fría os vendrá bien a los dos.
Seregil le hizo un gesto grosero mientras se marchaban, pero seguía sonriendo. Al parecer, no se sentía avergonzado en lo más mínimo. A Alec le ardía la cara y se empezaba a sentir algo mareado.
La sonrisa de Seregil desapareció.
–Lo siento. Debería haber pensado en... –dijo poniendo la mano sobre el hombro de Alec–.
–Que lo sepan ya es suficientemente malo –Alec murmuró –. No tienen por qué verlo.
En cuanto las palabras salieron de su boca, supo que le había hecho daño a Seregil, incluso sin que el vínculo se lo dijera.
Aun así, los ojos de su amante lo miraban con ternura cuando dijo:
–Lo entiendo, talí. Lo siento. Tendría que haberme dado cuenta.
Eso hizo que Alec se sintiera aún peor.
–Es solo que...
–¿Sigues siendo un buen dálnico?
–¿Después de anoche?
Alec intentó con todas sus fuerzas no mirar alrededor para ver si había gente antes de tomar la mano de Seregil. A lo lejos se podía ver a Illia jugando en el patio de la cocina a un juego que implicaba mucho salto.
Seregil apretó su mano, haciéndole saber que aceptaba la tácita disculpa.
–No espero que cambies, Alec. Me gustas tal y como eres.



Se fueron a dormir temprano aquella noche. En cuanto Alec echó el cerrojo, Seregil se lanzó entre sus brazos, empujando a Alec contra la pared al lado de la puerta mientras lo besaba profundamente. Alec deslizó sus dedos por el pelo aún húmedo de Seregil, que se frotaba contra él para que Alec sintiera su renovada excitación.
Esta vez, Alec no protestó. Intentando compensarle por su reacción en el almiar, le quitó la camisa a Seregil por encima de la cabeza y pasó la lengua por su cuello, saboreando el toque salado que aún permanecía tras un duro día de trabajo.
Seregil le correspondió conduciéndolo a la cama, empujándolo sobre ella y desplomándose encima de Alec. La sensación de la creciente pasión de Seregil sumada a la suya propia, le hicieron olvidarse de preocupaciones tales como si el resto de la casa sabría lo que estaban haciendo.
–¿Va a convertirse esto en un hábito? –preguntó entre besos, agarrando el culo de Seregil con ambas manos–.
Seregil lo miró y alzó una ceja, esbozando una sonrisa traviesa.

–¡Espero que así sea!

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