Sus cabellos dorados se mecían con
el viento. Sobre la camisa blanca llevaba una corbata de color rosa claro.
Andaba balanceando el cuerpo y parecía estar tan feliz como si fuera la primera
vez que ponía los pies en el suelo.
Y a cada paso, agitaba alegremente
lo que llevaba encima: una caña de pescar.
Sobre su cabeza, abriéndose cual
flor, reposaba una pecera de bola. En su interior, alrededor de una pequeña
rueda hidráulica, el mismo pez rojo que estaba en el acuario de la tienda de
recuerdos nadaba con elegancia. Sin embargo, el agua se agitaba cada vez que él
andaba, y el pez rojo miraba a su portador como si quisiera quejarse.
Pero él seguía andando sin
preocuparse. En su rostro había una sonrisa. Parecía un niño apresurándose para
ir a una feria que se celebra una vez al año. Cargaba a sus espaldas con una
enorme mochila, de la cual colgaba una pistola de agua, de plástico verde
transparente, igual que las que venden en las ferias.
Se detuvo frente al Sea Candle con
una exclamación de sorpresa, como si hubiera encontrado una estrella fugaz, y
miró hacia arriba.
¡Sky... Tree!
Dentro de la pecera, el pez rojo
suspiró disgustado.
El de cabellos dorados miró a otro
lado sin darse cuenta de su equivocación.
–¡Ah, es un buen sitio!
El sitio que había visto y hacia el
que iba corriendo era la nueva casa de Yuki.
–¿Qué te parece? –esbozando una
sonrisa, dirigió la pregunta hacia la pecera–.
–No está mal, ¿no? – dijo el pez rojo
asintiendo–.
No es una metáfora ni ninguna otra
figura literaria. El pez asintió moviendo la cabeza.
-–Hola.
Cate salía del jardín con una placa
algo grande entre las manos.
–Hola.
–Soy Haru –contestó él, como si
fueran vecinos desde hacía años–.
–Haru-kun, qué nombre más bonito.
–Vengo del espacio.
–Vaya, qué bien.
Cate tampoco se quedaba atrás en
cuanto al trato con familiaridad. Contestaba como si estuvieran manteniendo la
típica charla sobre el tiempo, mientras colgaba la placa, con un hilo, del
clavo de la entrada. El chico rubio que decía llamarse Haru cogió un rotulador
del bolsillo del delantal de Cate y se puso a escribir en la placa. Debajo de
las palabras “Sanada Cate” y “Yuki”, escribió un gran “Haru”.
Cate se quedó mirando las letras
como si fueran niños tumbados en la playa y sonrió.
–Yo vivo aquí.
Cate se quedó callada un momento,
tan solo un instante, y volvió a sonreír.
–Entonces... ¿me prometes una cosa?
–¿Prometes?
Haru miró a Cate con la expresión
más indefensa del mundo, como si fuera la primera vez que oía esa palabra en
toda su vida.
Alguien estaba observándolos. No
estaba cerca, sino por encima de ellos, y los escudriñaba desde la plataforma
de observación del Sea Candle, a través de unos imponentes prismáticos. Un
traje negro sin una sola arruga envolvía su cuerpo, y llevaba un turbante de
color crema en la cabeza. Y entre sus brazos, como si fuera un gato doméstico,
descansaba un pato completamente blanco.
–Tapioca –Akira se dirigió al pato
con un afecto tan profundo como cuando dos novios hablan por teléfono–.
–¡Cuac! –contestó Tapioca–.
Se podía discernir el tono de “¿Qué
pasa?”.
–¿Qué crees que habrá venido a hacer?
–¡Cuac, cuac! –qué había contestado,
seguro que solo Akira lo sabía–.
–Pues sí, por ahora parece que ha venido a hacer
turismo, ¿verdad?
Cada extracto es tan interesante, ya me he copiado estos textos en Word para volver a releerlos, Muchas Gracias nuevamente y que hayas pasado un bonito inicio de año. *ww*
ResponderEliminar¡Muchas gracias por leerlo y comentarlo!
EliminarHacía tiempo que no me dedicaba a esta novela porque nadie parecía tener interés en ella, pero gracias a ti veo que al menos una persona lo disfruta ^^
Así que a ver si la retomo, que me queda ya poco para terminar el capítulo 1 :)