Espero que os gustara la segunda parte, y que os guste también esta.
¡Que la disfrutéis!
Seregil nunca había visto a nadie que pudiera parecer tan inocente y
tan lascivo al mismo tiempo, pero Alec lo conseguía. Eso y la sorprendente
firmeza de sus caricias casi le hicieron perder el control. Tirando de Alec
para que se tumbara con él, Seregil susurró:
–Tócame como yo te toqué a ti.
Alec siempre había sido un discípulo muy hábil, y esta no fue una
excepción. Seregil se tragó algo peligrosamente parecido a una risotada cuando
pensó: “¡Si tan solo fuera así de rápido aprendiendo a usar la espada!”.
Arrodillado a su lado sobre la cama, Alec deslizó sus manos por el
torso y el abdomen de Seregil. Las yemas de los dedos de su mano derecha
estaban algo ásperos por tensar el arco. Seregil temblaba y se derretía cuando
esas manos empezaron a vagar más lejos: por sus hombros, entre sus muslos...
Susurró una placentera maldición cuando Alec siguió la silueta de su empeine
con su propia lengua. Luego, lo besó desde la garganta hasta el ombligo,
mientras su suave pelo rubio rozaba la piel de Seregil provocando escalofríos,
hasta que se detuvo antes de llegar a su miembro.
¿Tiene dudas o
quiere vengarse?, se preguntó Seregil, disfrutando del espectáculo.
Pronto descubrió que no era ninguna de las dos opciones, pues Alec tomó su
miembro con la mano y lamió la punta, masturbándolo con un ritmo perfecto.
El éxtasis sacudió a Seregil demasiado rápido; el placer llegó en
oleadas y arrancó un gruñido estrangulado de lo más profundo de su pecho,
mientras se corría larga y abundantemente sobre la mano de Alec. Se quedó
tumbado al lado de Alec, , totalmente destrozado y sin poder moverse.
Encontró la mano de Alec y la tomó entre las suyas.
–Gracias.
Alec sonrió, bastante orgulloso de sí mismo.
Feliz. Seregil se sentía tan jodidamente feliz... La desesperación y la
autocompasión que había sentido la noche anterior no parecían sino un mal
sueño. Los dos permanecieron tumbados durante un tiempo, escuchando la brisa
nocturna y el latido del corazón del otro. Cuando la cabeza dejó de darle
vueltas, Seregil rodó hasta quedar encima de Alec y lo llenó de besos por todo
el cuello.
–Tu turno.
La vela se consumió por completo dejando un charco de cera antes de que
se sintieran saciados, y reposaran contra el cabecero cubiertos por una capa
sudor que ya empezaba a enfriarse. Alec bostezó y notaba los párpados cada vez
más pesados.
–Lo siento.
Seregil le dedicó una sonrisa llena de cariño.
–No tienes por qué disculparte, talí –poniéndose de lado, tiró de Alec
para que volviera a estar contra su pecho y le dio un beso en la cabeza –. Todo
ha sido perfecto. Duérmete.
Alec se quedó dormido inmediatamente después de que Seregil terminara
de hablar. Pero Seregil se quedó despierto un rato más, pensando en todas las
veces en que casi se habían perdido el uno al otro. Sin embargo, el olor y el
calor de Alec hicieron que todos esos oscuros pensamientos desaparecieran.
–Para siempre, talí –juró en voz baja–. Nadie, excepto tú.
Algo despertó a Seregil justo antes del amanecer. Mientras permanecía
tumbado con Alec dormido a su lado, la sensación de felicidad era incluso más
fuerte, como si la luz del sol lo llenara por dentro. Nunca antes se había
sentido así. Le llevó un momento darse cuenta de que no estaba solo sintiendo
sus propias emociones. Era casi como sentir un segundo latido bajo sus
costillas.
Alec empezó a moverse y de pronto sus ojos se abrieron de par en par,
claramente sorprendido.
–¿Seregil?
–¿Tú también lo sientes?
Alec se sentó, con una mano sobre su pecho, justo debajo de su
garganta.
–¿Qué es esto? Siento... ¡Te siento a ti!
Riéndose, Seregil tiró de Alec para que cayera entre sus brazos,
mientras su corazón desbordaba con la alegría que compartían.
–El vínculo. El vínculo de los talímenios. Nuestros espíritus se han
unido. ¡Chypta Aura! Nunca pensé que pudiera experimentarlo algún día.
–¿En serio?
Seregil sintió una punzada de decepción que no era la suya propia. La
verdad es que resultaba un poco perturbador. Tardaría un tiempo en
acostumbrarse a esto.
–No, no lo decía por eso, talí. Tan solo es que nunca me habría
atrevido a pensar que tú y yo acabaríamos así algún día.
–¿Puedes leer mi mente?
–No, no es eso, pero puedo sentir lo que tú sientes.
–Yo también.
Seregil acarició la mejilla de Alec.
–Es hermoso.
Alec cerró los ojos y asintió.
–Según tengo entendido, las sensaciones no serán tan fuertes todo el
tiempo, pero el vínculo seguirá ahí mientras nos amemos el uno al otro.
Alec se acurrucó más cerca.
–No preveo que eso vaya a cambiar, así que supongo que tendrás que
aguantarme.
–Bueno, solo puedo pensar en una respuesta apropiada.
–¿Oh? ¡Oh!
Cuando se despertaron por segunda vez, Alec podía oír el ruido de los
platos y las planchas de hierro por la casa.
–Nos hemos perdido el desayuno –dijo Seregil bostezando–.
Alec apestaba a sexo y tenía la vejiga llena, pero de pronto se sintió
intimidado ante la idea de enfrentarse a sus amigos en ese estado.
Seregil lo entendió sin que él dijera nada, quizá gracias al vínculo.
–Vístete –susurró–.
Juntos salieron por la ventana de la habitación y se colaron en el
establo para llevarse sus caballos, aprovechando que no había nadie. No se
molestaron en poner las sillas de montar, así que subieron montando a pelo para
darse un baño en el estanque de las nutrias.
Todavía hacía fresco, pero Seregil se quitó la ropa y se zambulló en el
agua, aunque tan solo fuera para luego sacar la cabeza y espetar:
–¡Por los cojones de Bilairy, qué frío!
Una madre nutria y sus dos cachorros los observaban desde la orilla y
no parecían estar muy contentos con que hubieran interrumpido su pesca
mañanera. Alec se hundió en el agua, pensando que no era para tanto, y nadó
hacia Seregil. De pie y con el agua al pecho, Alec rodeó a Seregil con sus
brazos.
–Siempre tienes frío.
Seregil tiritaba entre sus brazos, pero estaba sonriendo.
–Tú siempre estás caliente. Y aunque me encantaría hacerte el amor otra
vez, aquí y ahora, me temo que tu calor poco puede hacer contra las frígidas
aguas.
Se contentaron con ayudarse el uno al otro, y una vez vestidos y
revitalizados, volvieron a la casa y pasaron por la cocina en busca de comida,
como si hubieran estado montando a caballo desde por la mañana temprano. Sin
embargo, Arna estaba en la cocina. En cuanto les echó el ojo encima, se echó a
reír.
–Así que por fin habéis entrado en razón, ¿eh?
La cara de Alec se puso al rojo vivo y estuvo tremendamente tentado de
dar media vuelta y poner pies en polvorosa. Pero Seregil simplemente se rió
mientras se servía una copa de té de la tetera que se calentaba sobre el hogar.
–Sí, eso hicimos. ¿Queda algo para desayunar?
Todo parecía ser igual que antes, pero las miradas que Micum, Kari y
los sirvientes le echaban cuando creían que Alec no estaba mirando, decían algo
muy distinto. Le daba mucha vergüenza, pero no se arrepentía de nada.
Entrenó con Micum por la mañana, más agradecido de lo que podía
expresarse con palabras porque su amigo no sacó el tema de las actividades
nocturnas. Luego, él y Seregil lo ayudaron a construir un almiar en uno de los
campos que había tras la casa.
Empezó a hacer calor a lo largo del día. Cuando Micum fue a la casa a
por agua, Seregil llevó a Alec dentrás del montón de paja y le dio un empujón,
tirándolo boca arriba sobre la fragante paja fresca. Sonriendo, Seregil se
sentó a horcajadas sobre él y puso sus manos a ambos lados de la cabeza de
Alec.
–Dormí muy bien anoche, gracias
a ti.
–Y yo también, una vez me dejaste dormir.
Incluso después de todo lo que habían compartido la noche anterior,
Alec seguía sonrojándose. Aunque esta vez, no era solo por vergüenza.
La sonrisa de Seregil se ensanchó cuando se percató del bulto que había
aparecido en los pantalones de Alec, y se acercó lentamente a él para que Alec
pudiera notar su propia erección.
–¿Aquí? ¡No! –Alec gritó, intentando quitárselo de encima.
–Solo un poquito –murmuró Seregil, acallando las protestas de su amante
con un beso–.
Alec se retorció bajo Seregil con demasiado poco entusiasmo... lo cual
solo hizo que la cosa fuera a peor, claro está. Al final, se dio por vencido y
le devolvió el beso, lengua contra lengua. Todavía le parecía algo raro, pero
también extrañamente íntimo y excitante.
Perdidos en este indulgente toma y daca, ninguno de ellos se dio cuenta
de que Micum había vuelto hasta que les echó un cubo de agua fría por encima.
–¡Por los cojones de Bilairy! –escupió Seregil, quitándose de encima de
Alec–.
–Los de otra persona, diría yo –observó Micum con una maliciosa sonrisa–.
Menos mal que no me traje a Illia conmigo.
Alec se levantó de un salto y se bajó la parte de delante de su camisa
empapada de sudor, aunque el problema ya se estaba solucionando gracias a la
innegable distracción que Micum había proporcionado.
–Id a lavaros –se rió Micum–. Tenéis tiempo para un baño antes de la
cena, y algo más de agua fría os vendrá bien a los dos.
Seregil le hizo un gesto grosero mientras se marchaban, pero seguía
sonriendo. Al parecer, no se sentía avergonzado en lo más mínimo. A Alec le
ardía la cara y se empezaba a sentir algo mareado.
La sonrisa de Seregil desapareció.
–Lo siento. Debería haber pensado en... –dijo poniendo la mano sobre el
hombro de Alec–.
–Que lo sepan ya es suficientemente malo –Alec murmuró –. No tienen por
qué verlo.
En cuanto las palabras salieron de su boca, supo que le había hecho
daño a Seregil, incluso sin que el vínculo se lo dijera.
Aun así, los ojos de su amante lo miraban con ternura cuando dijo:
–Lo entiendo, talí. Lo siento. Tendría que haberme dado cuenta.
Eso hizo que Alec se sintiera aún peor.
–Es solo que...
–¿Sigues siendo un buen dálnico?
–¿Después de anoche?
Alec intentó con todas sus fuerzas no mirar alrededor para ver si había
gente antes de tomar la mano de Seregil. A lo lejos se podía ver a Illia
jugando en el patio de la cocina a un juego que implicaba mucho salto.
Seregil apretó su mano, haciéndole saber que aceptaba la tácita
disculpa.
–No espero que cambies, Alec. Me gustas tal y como eres.
Se fueron a dormir temprano aquella noche. En cuanto Alec echó el
cerrojo, Seregil se lanzó entre sus brazos, empujando a Alec contra la pared al
lado de la puerta mientras lo besaba profundamente. Alec deslizó sus dedos por
el pelo aún húmedo de Seregil, que se frotaba contra él para que Alec sintiera
su renovada excitación.
Esta vez, Alec no protestó. Intentando compensarle por su reacción en
el almiar, le quitó la camisa a Seregil por encima de la cabeza y pasó la
lengua por su cuello, saboreando el toque salado que aún permanecía tras un duro
día de trabajo.
Seregil le correspondió conduciéndolo a la cama, empujándolo sobre ella
y desplomándose encima de Alec. La sensación de la creciente pasión de Seregil
sumada a la suya propia, le hicieron olvidarse de preocupaciones tales como si
el resto de la casa sabría lo que estaban haciendo.
–¿Va a convertirse esto en un hábito? –preguntó entre besos, agarrando
el culo de Seregil con ambas manos–.
Seregil lo miró y alzó una ceja, esbozando una sonrisa traviesa.
–¡Espero que así sea!
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